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Talleres de Artistas

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Valentina Cruz

Nació en Concepción y desde muy pequeña le tocó trasladarse a Europa debido al cargo diplomático que ostentaba su padre. Residió principalmente en Roma, donde observó de primera mano la devastación y los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Viajó a Gran Bretaña, Suecia y Francia y, tras el fin del conflicto bélico, su padre fue enviado a Moscú, lugar en que la familia Cruz se estableció por algunos años.

Su intención de dedicarse a la danza no tuvo buena recepción en la familia, razón por la cual, Valentina Cruz se inclinó por las artes visuales. De regreso en Chile, tomó cursos de pintura con Nemesio Antúnez y, en 1959, ingresó a la Escuela de Arte de la Pontificia Universidad Católica de Chile, siendo parte de la primera generación de artistas formados en dicha escuela. Allí, tomó contacto con algunos profesores de la Universidad de Yale que, en calidad de visitantes, colaboraron con la puesta en marcha del nuevo proyecto educativo. Uno de ellos fue Paul Harris, quien la llevaría a pensar la escultura más allá de sus límites tradicionales. Es en el marco de esta experiencia pedagógica que Cruz comenzó a explorar con materiales perecederos y considerados poco nobles en su contexto, como la arpillera, el papel periódico y los objetos de uso cotidiano, entre ellos, sillas y taburetes. Su imaginario algo surreal, plagado de seres antropomorfos y zoomorfos, y el trabajo en gran formato marcaron su obra por esos años. No obstante, las ideas vanguardistas aplicadas al medio escultórico no siempre encontraron buena acogida entre pares, profesores, críticos y galeristas de los años 60.

En 1965 parte rumbo a Nueva York a estudiar en el Art Student League, pero sin duda, es la ciudad la que la deslumbra y encanta. La bullente vida artística y cultural se experimenta en museos y galerías, pero también en calles y avenidas y en cada rincón de la metrópoli. Valentina Cruz se empapa del ambiente Pop y absorbe su vitalidad, su actitud alienante y frenética pero también rupturista. En este contexto explora materiales industriales y sintéticos como el látex y aprende procedimientos de fundición, dando paso a sus famosas esculturas que representan figuras o fragmentos del cuerpo humano y femenino, retenidos en botellas de vidrio o atrapados entre grandes placas de plexiglás. Sin duda, una manera de concebir el medio escultórico, sus materialidades, modos de ejecución y disposición espacial totalmente anómala y refractaria a lo que se efectuaba por ese entonces en Chile.

Durante 1966 se celebra la IV Bienal Internacional de Arte Joven de París, muestra en la cual Valentina Cruz participa con una de sus obras en arpillera. En ese certamen, la artista se adjudica un importante premio que le permite viajar becada a Francia para continuar con sus estudios, país en el cual permanece por cerca de dos años. Sin embargo, la imposibilidad de contar con un taller adecuado a las necesidades de la práctica, restringió su voluntad de continuar investigando en torno a la escultura. En buena medida, a causa de las condiciones limitantes para el ejercicio de su trabajo, la artista decidió transitar definitivamente hacia el dibujo.  

La imagen gráfica desarrollada por Valentina Cruz no abandona, sin embargo, el gran formato característico de su primera obra. En ese sentido comienza a pensar el soporte del dibujo en términos modulares, creando trabajos que alcanzan los dos metros de largo. En relación con los materiales, la artista utiliza tinta, grafito, lápiz color y lápiz de cera, a lo cual añade, en ocasiones puntuales, acrílico, acuarela y otros papeles y elementos bidimensionales, dialogando sutilmente con la práctica del collage. A diferencia de las esculturas de inicios de los 60 (hoy desaparecidas y retenidas solo en su archivo fotográfico), en sus dibujos la artista emplea los materiales y soportes de mejor calidad, gracias a lo cual, y considerando el paso del tiempo, el estado de conservación de los trabajos en papel resguardados en su taller resulta excepcional.

Respecto de los temas, personajes y situaciones representadas en sus imágenes, estas provienen de sus agudas observaciones y experiencias vitales, tanto como de la literatura -la artista reconocer ser una lectora voraz- y del cómic, medio híbrido con el cual ha estado familiarizada desde pequeña. Varios de sus dibujos son también comentarios políticos a ciertas coyunturas históricas que, sin dejar de ser figurativos y comprensibles, están lejos de ser simples ilustraciones proselitistas. Su imaginario es diverso, aunque se reconoce su huella: una extraña mezcla de caricatura, sátira, testimonio e imagen surreal.

Sobre su técnica y los modos de ejecución, Cruz ha desarrollado tanto un puntillismo gráfico minucioso y perito, como un trazado y achurado de líneas muy finas, a veces regulares, otras veces más expresivas, y que recuerdan visualmente la técnica de la punta seca. A estos modos de ejecución, la artista contrapone, en algunas de sus imágenes, zonas de color sólido y parejo. Buena parte de sus dibujos tienden a la monocromía y al contraste blanco-negro, sin embargo, también incluye el color, la mayoría de las veces, de manera puntual y acotada, pero en otras, las menos frecuentes, de manera bastante protagónica y llamativa. Esto último puede notarse de forma excepcional en sus dibujos sobre los bañistas del Mediterráneo y los personajes de la Rambla en Barcelona, ciudad en la cual Cruz residió por cerca de veinte años, desde 1976 a 1996.

Radicada en Europa, la artista no solo expuso en diversas ciudades y siguió estudiando y perfeccionándose, sino que, además, dedicó parte de su tiempo a las labores de ilustración editorial, especialmente de libros infantiles. Si bien no era el formato ni la técnica que más le acomodaban, debido al diminuto tamaño, el amplio arco cromático y los excesivos detalles de los dibujos, la artista reconoce en esa práctica, más que un modo de subsistencia, un camino de aprendizaje fundamental para su exploración gráfica y artística. En Barcelona también desarrolló su veta docente, impartiendo durante varios años clases de dibujo.

A mediados de la década de 1990, Valentina Cruz recibió la invitación de Mario Toral para unirse al cuerpo docente de la Escuela de Arte de la Universidad Finis Terrae. Aunque en una primera instancia la artista declinó la oferta, tiempo después decidió aceptarla y regresar a Chile. Tras concretarse la adquisición del terreno en Pirque y la construcción de la casa de fardos de paja, la artista citadina y trashumante se asienta en el campo chileno: un paisaje que le resultaba familiar y, a la vez, profundamente ajeno y desconocido.

Desde su retorno, jamás dejó de ejercer la docencia, debiendo adaptar sus clases y talleres al contexto virtual impuesto por la pandemia. Sin embargo, su trabajo artístico ha sido, sin duda, el más afectado. Tras dos años de estancamiento y sin sentirse en disposición de dibujar, Valentina Cruz, revolviendo entre sus papeles rememorando su historia, ha vuelto a tomar sus lápices y su pluma.

Texto preparado por María José Delpiano K.